ALGUNAS PALABRAS PARA JAVIER:
Cada vez estoy más convencido de que la Pintura es cosa de mirar y ver, y menos de hablar o escribir. Aún así, ciertas obras y pinturas pueden entenderse mejor y las palabras pueden ayudar. Este es el caso. Conozco a Javier Diez desde hace un año, más o menos. Le he visto luchar con sus “criaturas”, con ahínco, con tesón , y siempre con un enorme rigor.
Esta es la clave para entender su mundo, rigor. Muy significativamente, elige desde sus principios a Zurbaran como guia de sus pesquisas, y de este, un par de otras emblematicas: un bodegón y una figura. Es decir, sus tiros apuntan, casi siempre dando en el blanco, a la forma concreta, definida, reconocible, y a los efectos de la luz sobre ella, tambien luz definida, vigorosa, precisa.
Con estos elementos, (luz, forma) y su contrario (sombra) ordena el ejercicio del cuadro donde se ventila la incognita de aclarar la intención, encontrar el camino, y crear por fin el lenguaje o vehiculo que nos lleve a puerto. Y este lenguaje está hecho de formas muy definidas, de limites muy concretos, duros incluso, y aislados en una atmósfera más mental que sensorial.
Aquí está otra clave de su trabajo. Lejos, ajeno todo el a las apariencias de la percepción sensible, y muy amarrado gustosamente a lo razonado, a lo ordenado, por una mente rigurosa, que inventa así sus propias normas, para, sin traicionarlas, sin abandonarlas, hacer que vivan, jueguen y expresen su mentalidad de “pureza plástica”.
Ni más ni menos. Para ello, el color tarda en aparecer, y las bases de su trabajo son casi el blanco y el negro, con todos sus matices y variantes, que no es poco empeño. Cuando el color aparece, lo hace rotundamente conformado , pero muy sutilmente relacionado con la forma y el resto, de modo que forma y color, de manera muy rigurosa y casi inmisericorde , entablan un diálogo tan austero y medido que queda en el polo opuesto a lo anecdotico y maleable .
Pintura, pues, sin concesiones a lo fácil, construida toda ella con un sentido plástico de la “planez“ que la dota de gran vigor y solidez, construcción bidimensional, que es una de las formas de la gran pintura. Atención, pues, a este pintor y a sus obras. Empiezan a mandar.
Antonio Zarco.
A MODO DE INTRODUCCIÓN:
Cuando preparaba esta exposición y surgió el momento de darle nombre, de poner título y ligamento al entramado de estas obras, de forma que definiera la esencia de este conjunto de trabajos individuales que he venido realizando en un período dilatado de tiempo, rondaba en mi cabeza un sustantivo "VALORES", que de alguna forma está en el ambiente y no deja de formar parte del diálogo social más actual.
Por pura casualidad cayó en mis manos un ensayo de Ortega y Gasset, publicado en el nº IV de la Revista de Occidente. Nuestro pensador escribe ya en el primer cuarto del siglo XX sobre la modernidad del debate de los valores para su momento y el futuro de la Humanidad. El texto incluye una clasificación de tipos de valores que puede seguir siendo vigente: valores útiles, vitales, religiosos, y espirituales, dentro de estos los intelectuales, morales, y por ultimo los estéticos que son los que ahora me ocupan.
Este ensayo me hace caer en la cuenta de que yo estaba en la búsqueda del valor, o por decirlo de otra forma, de la cualidad que permita ponderar el valor ético o estético de las cosas. La filosofía en sus inicios muestra cómo las ideas, desde que Platón define el Bien como máximo valor, son la base, de manera que los valores serían los modelos de los que copia nuestro mundo sensible. Avanza el pensamiento con la idea kantiana de que los valores, más que en sí mismos, corresponden a la subjetividad del hombre, teniendo esto su traslación a la denominada Filosofía Estética que pone el acento, más que en la esencia, en la percepción de la belleza.
Este recorrido es el mismo que todos los pintores realizamos estableciendo nuestras razones y emociones estéticas, y definiendo lo que para nosotros es la belleza, y claro está lo feo y disonante, camino por el que trascurren nuestras conversaciones, aprendiendo un lenguaje que nos permite movernos por el entramado de los conceptos que están en la obra pictórica.
Para mí la primera idea estética, la belleza, está en tener ordenadas las partes y además con magnitud determinada. Cuando veo una cara, ésta tiene ojos, nariz y boca, que están colocados en su sitio con el tamaño adecuado; pero todo ello visto a través de mis ojos y reflejado en mi mente, tal como yo lo percibo, porque no existe una belleza absoluta, aunque casi todos podemos reconocerla reflejada en muchas cosas. Es el placer que acompaña a la percepción del objeto pictórico el que crea la ilusión de lo bello, por tanto es una cosa más sentimental que racional. Es nuestra capacidad de unir los distintos elementos, aunque los hayamos recibido separadamente, y al hacerlo, entran en el proceso nuestras sensaciones, los modelos estéticos, nuestro sustrato vivencial en definitiva. Por eso, percibimos las cosas de forma diferente unos a otros. No se puede establecer ninguna regla de gusto estético que defina lo bello, no hay ciencia de lo bello sino crítica de lo bello.
Mi idea de belleza descansa en la forma, en cómo se define ésta y cómo está en relación a un conjunto de objetos que figuran en ella. La idea de orden y desorden que se establece en cada obra puede ser distinta, pero sin embargo confluye hacia una percepción global de mi estética.
Yo no estoy en la antiestética, tan abundante en la pintura contemporánea a nuestro alcance. No busco suscitar emociones con la disonancia, con la provocación, con la desorientación, con lo no visto, sino en la línea de la serenidad, que muy a propósito fue el nombre de una de mis exposiciones anteriores. No busco incomodar a los demás en aras de mi libertad de expresión, pero no renuncio a la comunicación, a la emoción, a la reflexión, o simplemente a la visión positiva de quien se acerque a mi obra.
Para nosotros, los pintores, el término valor tiene un significado muy especial que no siempre es conocido fuera de nuestro mundo, y es en el que yo quiero poner el énfasis con el título de mi exposición.
Para mí, valor no es otra cosa que la proporción de luz y a su vez de sombra, o diciéndolo de otra forma, de claro y oscuro, y por supuesto de una atmósfera de color. En este ámbito se ha movido la obra que presento, en la que lo importante no es tanto el objeto representado. He buscado los elementos más simples, en la mayor parte de las obras el bodegón, como algo inerte a lo que sólo se puede dar vida a través de un proceso de valoración adecuado de los planos que lo forman.
Para mí el valor, y por ende el conjunto de valores que forman el cuadro, es el elemento sustancial, tanto más que la composición, el equilibrio, la forma o el color. Porque a través de una adecuada valoración, se consigue la forma sin necesidad de líneas ni de colores, se consigue el equilibrio en la propia composición.
Por esta razón, gran parte de los cuadros de esta exposición se mueve entre el blanco, el negro y las tierras, ya que el color no es imprescindible para lograr luz, contraste, carácter, vitalidad, estilo, fuerza. Cuando el color está presente lo hace de forma equilibrada con la atmósfera general del cuadro.
Javier Díez